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martes, 19 de octubre de 2010

LOS ROTUREROS


Florencio Gallego Díaz con más de 85 años a sus espaldas fue el encargado de dar a conocer la figura de los rotureros en la comarca de la Sierra Sur, durante los siglos XIX y XX.
La sala infantil de la biblioteca municipal en el Convento de Capuchinos fue el lugar elegido para celebrar este encuentro que fue organizado por la asociación Enrique Toral, con la ayuda de la concejalía de Cultura. Florencio Gallego trabajó en un cortijo desde su más tierna infancia y allí realizó las labores de roturero, rescatando terrenos para labrarlos en los cortijos de la sierra de la Martina, como el de Las Lomas y los Llanos del Ángel.
Los rotureros realizaban su trabajo en pleno campo y en lo más alto de la sierra rompían los campos para labrarlos, quitaban majanos de piedras, realizaban albarrás para sujetar la tierra, que era como un muro para que la tierra se afianzara y no tuviera correntías.
Una vez que se formaban las roturas para cultivarlas, se sembraban una serie de cereales y legumbres, desde garbanzos, pasando por trigo, cebada o avena. También se dejaban estos campos recién ganados a la montaña en barbecho, para que los cultivos fuesen más fuertes cada año.
Desde época medieval existían en los cortijos de la provincia dehesas, llamadas también ejidos, de propiedad particular. En un principio estaban destinadas para el ganado de labor de los cortijos, pero en ellas pastaban toda clase de ganado propiedad de los labradores. Con el tiempo estas dehesas habían ido perdiendo extensión en favor del espacio roturado pero desde 1804 comenzaron a roturar masivamente por parte de los labradores de los cortijos, basándose en el dominio particular de los terrenos y en las criticas ocurrencias de los tiempos, que aconsejaban cambiar en labrantío lo pastable, además de la conocida ventaja de sembrar en terrenos holgados y beneficiados por la estancia de ganados.
Florencio Gallego junto con muchos hombres más en la Sierra Sur de Jaén, fue uno de estos hombres que ejercieron la labranza en los terrenos que ganaron a la sierra. Desde los 6 años entró a trabajar en un cortijo, primero de porquero y después tratando de que una yunta de mulos pudiera arar la tierra. Tuvo que domesticar a cientos de mulos y enseñarlos para adaptarse a este tipo de trabajo. Un cometido bastante difícil, durmiendo en un camastro junto a los mulos, trabajando de sol a sol y sin ni un día de asueto, solo volvía a casa de sus padres para cambiarse de ropa cada cierto tiempo.

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