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viernes, 26 de julio de 2013

LA PLAYA

Los dos se fueron juntos a vivir a aquella habitación de aquél hotel decadente que guardaba cierta melancolía. Pasaron las noches y los días y el sol asomaba cada mañana por las cortinas, mientras la playa se desperezaba y una mujer iba, de pronto, a colocar las umbrellas para pasar la jornada. Iban, también, a aquél chiringuito donde el pescado había sido cogido al salir el gran astro y una barca perezosa volvía, de nuevo a la playa. 
Él recorría el trayecto de arena hasta llegar a la otra orilla, casi sin mojarse los pies, pero a veces corría y blincaba desesperado por buscarla entre tanto bañista.
De vuelta al hotel, sus cuerpos se limpiaban la arena, y lamían sus heridas con crema blanca de cualquier marca. 
Pero aquella mañana, podía ser la última y el teléfono móvil propició lo más hermoso, ella que lo sabía colocó su canción favorita en su oido, y la chica del ayer volvió a sonar y los cuerpos se relajaron, una especie de sensación, de placidez, fuera de sí, invadió sus almas y se dejaron transportar por las nuevas olas de aquél mar; la luna lucía como para la ocasión y se bambolearon mientras las olas volvían una y otra vez, pero solo se escuchaba la chica del ayer y todo se convirtió en otras tantas sensaciones. La playa los invitó a seguir viviendo. 
Desde entonces, cada verano vuelven a aquél hotel decadente para sentir sus labios, la arena candente, la bodeguita de Navarro, pasear de noche, volver a vivir, nada, la playa, todo sigue vivo. La chica del ayer se convirtió por arte y por magia.

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