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jueves, 27 de octubre de 2016

EL SUEÑO EN AQUEL DORMITORIO




Aquél dormitorio y aquella cama eran especiales. La última no la había usado durante los diez últimos años. Estaba intacta, como la había dejado la dueña anterior. Aquel estilo no era el mio pero no quise cambiar nada hasta que pasara un tiempo. Aquella estancia era ideal para dormir la siesta en verano, había una temperatura otoñal y era necesario ponerse una manta para que el frío no hiciese mella. Constaba de un armario de los malos pero era amplio, estaba hecho de madera débil y podía romperse en cualquier momento. No obstante metí allí algunas de mis pertenencias y vestidos por si había que estar algún tiempo. La mujer que me vendió aquella casa era hermosa, a pesar de que los años no perdonan, en su cara estaba, aún, presente la belleza juvenil y los besos que había recibido. Aún recuerdo aquella sonrisa y su melena rubia que le caía por la espalda y a los lados de los pechos. Ella no quería abandonar su casa, pero lo tuvo que hacer para acompañar a su marido enfermo. Los cuadros eran barrocos, de vírgenes y santos que hacían milagros por las noches y le daban compañía cuando se sentía sola, además podía dirigirse a ellos y pedir algo que le faltara. Al menos era un consuelo que estaba siempre ahí. Las mesitas de noche, también, eran de un material malo y al abrirlas se desvencijaban casi siempre. El suelo me gustaba mucho, era de pequeñas piedrecitas del río, y daba un brillo especial a aquella habitación. Había una pequeña ventana que daba a la calle y por ella entraban los sonidos de los vecinos y transeúntes. Una noche me quedé dormido en aquella cama y soñé que había caminado por las nubes del cielo, aquellas nubes blancas que se divisan desde la calle Cantillo, 7. Después, me desperté y una paloma (de la paz) estaba en la ventana pequeña y nada fue igual.

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