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martes, 22 de mayo de 2018

CADA NOCHE SOÑABA LA REALIDAD

Cada noche volvía a pensar en su situación, se levantaba de la silla y se movía, estaba en un estado que no le beneficiaba para nada y parecía que lo único que quería era desaparecer. Algunas veces vino a verme pero pocas y hablábamos de cosas sin alma, como para pasar el tiempo. Era para ver si seguíamos vivos y tocarnos las manos como si intercambiáramos un poco de energía. Otras veces me aislaba y no quería ver a nadie, era una especie de autoprotección para blindarme ante cualquier peligro que pensaba que me podía llegar, era una tontería más de la soledad, en la que cada vez estaba más inmerso y me entretenía en cuatro cosas para no hacer locuras. Unos días iba a por agua a aquel manantial de mi niñez, donde rompí algún cántaro porque pesaban demasiado para mi edad. Otros quería realizarme, hacer todas las cosas de la casa, montaba cuadros con retratos de mis amigos; limpiaba mucho como si quiera saciar la suciedad de toda una vida; miraba por la ventana para ver el tiempo que hacía, me volvía a levantar de la silla y me marcaba unos ejercicios físicos; otras veces estaba estreñido y lo combatía dudando y comiendo fruta y conseguí algún resultado; algún día pintaba el balcón descolorido por los años, para mantenerme activo y sobre todo pensaba, recordaba a todas las personas de mi entorno: a Ella que la veía de vez en cuando; a Amparo que no la veía desde tiempo inmemorial, a Emilia que no me atrevía a ir a verla, a Abelardo que alguna vez lo vi al subir hacía las afueras del pueblo; a mi madre que la tenía siempre presente. Otras veces salía sin rumbo a la calle, iba andando hasta el ferial y allí daba varias vueltas y después iba a ver los escaparates de las tiendas por ver si había llegado alguna cosa que me gustase. Iba a mirar el buzón del correo porque ansiaba recibir alguna carta inesperada que nunca llegaba, lo abría dos o tres veces al día, a pesar de que sabía que las cartas no llegaban, eran las de los bancos y de las compañías eléctricas. Por las tardes y las noches cerraba la puerta de la casa con llave, por si venían los okupas y allí, solo en el interior de las cuatro paredes, oficiaba el rito de la solectud, pensaba en el futuro incierto que le esperaba, lo veía oscuro como en aquel accidente de automóvil que sucedió en su niñez, era otra forma de vivir, con aire fresco como el viento de una mañana, pero que a veces se podía transformar en una tormenta y arrastrar todo lo que encontraba a su alcance; la experiencia lo mantuvo alerta y cuando caía en la hondura, raudo acudía a salir de aquel hoyo con argumentos vivos. Aquella noche volvió a tener pesadillas y al despertarse parecía que había perdido la batalla, no había nadie para abrazarse y vencer aquellos tiritones de incertidumbre y de peligro fue brutal y el mismo sintió, de madrugada, los alaridos y la lucha que mantuvo durante horas con su enemigo, mientras creía que dormía; el duelo en el sueño fue bestial, se defendió con uñas y dientes y dribló el peligro varias veces; las secuelas de aquella lucha estaban en su cama cuando despertó.

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